Dejó que el sol le pegara en la cara, para sentir que algo lo acariciaba.
Anoche llovió y el frío que trajo la mañana fue insoportable, aún para alguien como él.
Dejó que esos brazos invisibles lo levantaran y empujaran a andar. No recordaba a dónde pero sabía que tenía que llegar antes que los otros, los más jóvenes.
Caminó lo más rápido que pudo, sintiendo pánico al pensar que en cualquier momento esa cálida compañía se podía acabar. No imaginaba cómo podría llegar.
Mientras andaba comenzó a recordar. Una voz, una sonrisa, unas manos. Y al doblar una esquina, la vió.
- ¡Pamela! ¿ya le estás dando de comer a esos perros vagos? - gritó alguien desde una ventana de arriba.
- Ay sí mamá ¡míralos! no sé como sobreviven estas noches. Este es el que más me da pena.
Y él sintió, de nuevo, lo que era una caricia de verdad.
Y en su último instante, fue el único sol que necesitó.